El fin de todos los empates, por Pablo Stefanoni
El fin de todos los empates
por Pablo Stefanoni*
La aplastante reelección de Evo Morales –con más del 63% de los votos– reconfigura por completo el campo político boliviano. Por primera vez desde los años de la Revolución Nacional de 1952, un partido logra una hegemonía tan amplia, controla ambas cámaras legislativas y, desde allí, tiene la posibilidad de incidir en la conformación del Poder Judicial. La llamada “media luna” se desarticuló como opción de resistencia regionalizada al proyecto nacional encarnado por Evo Morales, la oposición político-parlamentar ia constituye un espacio fragmentado y sin liderazgos cohesionadores, incapaz de leer la realidad nacional, y la influencia política del Movimiento al Socialismo (MAS) se extiende hacia las regiones orientales autonomistas.
Revolución antielitista
“Partido hegemónico, oposición débil y confundida, sin lugar para el centro”. La ex parlamentaria Erika Brockmann sintetizó en estas pocas palabra s un proceso más amplio: la revolución antielitista (y el recambios de elites) que se encuentra detrás de la arrolladora victoria de Evo Morales el 6 de diciembre pasado. Proceso que se monta en el ciclo de rebeliones sociales operado entre 2000 y 2005.
Esta aquí, más que en las políticas aplicadas, la diferencia entre la “revolución democrática y cultural” y experiencias como el gobierno de Lula en Brasil. En Bolivia, como en pocos lados, se ha articulado el ascenso de la movilización social con la capacidad del movimiento popular para construir una alternativa política y acumular poder por las vías institucionales y extrainstitucionales.
Pero las cosas cambian si de lo que se trata es de analizar las políticas concretas del gobierno. Es sintomático que los artículos aparecidos esta semana -Atilio Borón, por ejemplo (1)- cuando nombran las medidas tomadas desde 2006 para mostrar la radicalidad del gobierno (en relación a los moderados, como e l uruguayo) deben centrarse en los bonos sociales, sostenidos con la renegociación de los contratos petroleros, y la alfabetizació n con el programa cubano Yo sí puedo. Pero una recorrida por los barrios populares de Montevideo –como la que hizo el semanario Brecha– muestra que las políticas sociales son también la base del apoyo al Frente Amplio, mientras que la masiva adhesión a Lula en Brasil –especialmente en el Nordeste– se explica por el afecto personal a un líder surgido desde abajo y programas estrella como la Bolsa Familia. Es decir, hay una confluencia en las fuentes de legitimidad política y social en los gobiernos postneoliberales latinoamericanos: los de sensibilidad más socialdemócrata/ institucionalist a y los más nacional-populares.
¿Socialismo?
Pero también el discurso anticapitalista o socialista de Evo Morales puede dar lugar a confusiones: las propias bases del MAS son pequeños productores, rurales y urbanos, en busca de la movilidad social negada y, como en otros momentos históricos, habilitada por movimientos nacional-populares. “[Con estos resultados] Nuestro horizonte de gran salto industrial, de Estado social protector y de despliegue de la descolonizació n y la autonomía, será sí más rápido, más contundente y más decidido”, explicó el vicepresidente Alvaro García Linera en diálogo con Le Monde Diplomatique- Bolivia, dejando en claro los alcances y límites de una posible “radicalizació n” postel ectoral.
Desafíos
Avanzar en la desmercantilizació n y la calidad de la salud y la educación, reducir los niveles de pobreza (inclusive la extrema) que interpelan al actual proceso de cambio y poner en pie un Estado que funcione, son objetivos bien precisos contra los que conspira la sobreactuació n ideológica y un maximalismo que a menudo se queda en los discursos. En este marco, los intentos por separar al “evismo” socialista, del “alvarismo” capitalista- andino –que emergen en algunos análisis– no dan ninguna pista analítica seria, sino que, por en contrario, impiden una comprensión de conjunto de las actuales tendencias del proceso de cambio: más allá de las biografías, sensibilidades político/ideoló gicas, y apuestas personales –insistimos– es el nacionalismo- popular o el postneoliberalismo la ideología que los unifica a todos, hablen de socialismo, de capitalismo andino o de comunitarismo urbano. Como señala Fernando Molina, es el nacionalismo la única ideolología que puede ordenar el caos de men talidades e intereses que tiñe a la sociedad boliviana. Y, además, el nacionalismo popular remite a un horizonte más certero –y por eso mismo más apoyado por la población– que las etéreas propuestas de socialismo actual: movilidad social popular, mayor peso productivo y distributivo del Estado, etc.
La reducción de la pobreza, la salud gratuita para todos y una educación fiscal de calidad en el campo y la ciudad y un modelo de desarrollo adecuado a las condiciones bolivianas son desafíos precisos en los que se jugará el éxito o el fracaso del proceso de cambio: hoy más de 30% de los bolivianos siguen viviendo en la extrema pobreza. Ni las políticas sociales ni el “derrame” del crecimiento han sido suficientes para lograr eliminarla. Y salir del neoliberalismo está más lejos de los que a veces pensamos. En los Estados, pero también en las mentes de las personas.
1 “¿Por qué ganó Evo?”, Rebelión, 8-12-2009, https://www.rebelion .org/noticia. php?id=96632
3 Ver Emir Sader, El nuevo topo. Los caminos de la izquierda latinoamericana, Siglo XXI-Clacso, Buenos Aires, 2009.
*Director de Le Monde Diplomatique, edición boliviana.