El fin de todos los empates, por Pablo Stefanoni

15/12/2009 14:16

 

El fin de todos los empates



por Pablo Stefanoni*
 

 (Editorial do Le Monde Diplomatique, edição boliviana).
 

La aplastante reelección de Evo Morales –con más del 63% de los votos– reconfigura por completo el campo político boliviano. Por primera vez desde los años de la Revolución Nacional de 1952, un partido logra una hegemonía tan amplia, controla ambas cámaras legislativas y, desde allí, tiene la posibilidad de incidir en la conformación del Poder Judicial. La llamada “media luna” se desarticuló como opción de resistencia regionalizada al proyecto nacional encarnado por Evo Morales, la oposición político-parlamentar ia constituye un espacio fragmentado y sin liderazgos cohesionadores, incapaz de leer la realidad nacional, y la influencia política del Movimiento al Socialismo (MAS) se extiende hacia las regiones orientales autonomistas.
 
La combinación entre el evismo (como horizonte identitario) y los pactos corporativos/ territoriales que –como dijo Evo Morales– permitieron que ningún sector se quede sin candidatura (el MAS), conforma una una fuerza política invencible, al menos mientras subsistan estas dos dimensiones mencionadas. Frente a esto, los analistas opositores (Susana Seleme, Humberto Vacaflor, José Mirtenbaum…) echan mano de las viejas teorías antipopulistas, que explican lo sucedido por mezclas variables de demagogia caudillista, manipulacion de las masas y uso discresional del Estado en la campaña electoral, poniendo en duda, incluso, la legitimidad del trunfo con ese inocultable tufillo de desprecio de clase que a los “antipopulistas” les cuesta tanto ocultar.

Revolución antielitista

“Partido hegemónico, oposición  débil y confundida, sin lugar para el centro”. La ex parlamentaria Erika Brockmann sintetizó en estas pocas palabra s un proceso más amplio: la revolución antielitista (y el recambios de elites) que se encuentra detrás de la arrolladora victoria de Evo Morales el 6 de diciembre pasado. Proceso que se monta en el ciclo de rebeliones sociales operado entre 2000 y 2005.

Esta aquí, más que en las políticas aplicadas, la diferencia entre la “revolución democrática y cultural” y experiencias como el gobierno de Lula en Brasil. En Bolivia, como en pocos lados, se ha articulado el ascenso de la movilización social con la capacidad del movimiento popular para construir una alternativa política y acumular poder por las vías institucionales y extrainstitucionales.

Pero las cosas cambian si de lo que se trata es de analizar las políticas concretas del gobierno. Es sintomático que los artículos aparecidos esta semana -Atilio Borón, por  ejemplo (1)- cuando nombran las medidas tomadas desde 2006 para mostrar la radicalidad del gobierno (en relación a los moderados, como e l uruguayo) deben centrarse en los bonos sociales, sostenidos con la renegociación de los contratos petroleros, y la alfabetizació n con el programa cubano Yo sí puedo. Pero una recorrida por los barrios populares de Montevideo –como la que hizo el semanario Brecha– muestra que las políticas sociales son también la base del apoyo al Frente Amplio, mientras que la masiva adhesión a Lula en Brasil –especialmente en el Nordeste– se explica por el afecto personal a un líder surgido desde abajo y programas estrella como la Bolsa Familia. Es decir, hay una confluencia en las fuentes de legitimidad política y social en los gobiernos postneoliberales latinoamericanos: los de sensibilidad más socialdemócrata/ institucionalist a y los más nacional-populares.
 
Pero cuando las diferencias se buscan en la  “perspectiva otra” (en palabras de Walter Mignolo) que tendría la experiencia boliviana, la brújula del análisis puede perderse por completo. Como cuando se idealiza la nueva creatividad popular eco-comunitaria y se pasa por alto que la ideología unificadora del actual proceso de cambio es el nacionalismo popular, que incorpora un rostro indígena (con la ambivalencia que la identidad indígena reviste en el mundo popular) pero recupera casi por completo los imaginarios modernizadores, industrialistas y desarrollistas, resumidos en la propuesta de “Estado productivo social protector” del vicepresidente Álvaro García Linera, matizado con expresiones “pachamámicas”, periféricas y bastante retóricas, de algunos sectores gubernamentales sobre el “vivir bien”, sin cuerpo en las políticas oficiales.
 
La campaña electoral del MAS –y quizás de allí su éxito– resaltó sin disimulos la faceta “nacionalista revolucionaria”  de la propuesta de gobierno como se pudo ver en el discurso de cierre de campaña en El Alto, donde el eje del discurso de Evo Morales fue la integración física del país y la incl usión social, además del gran salto industrial; es decir, los ejes del nacionalismo boliviano en sus variantes militares o populares. Es ese discurso nacional-popular el que permite unir clases sociales, estratos étnicos y regiones en un horizonte común.

¿Socialismo?

Pero también el discurso anticapitalista o socialista de Evo Morales puede dar lugar a confusiones: las propias bases del MAS son pequeños productores, rurales y urbanos, en busca de la movilidad social negada y, como en otros momentos históricos, habilitada por movimientos nacional-populares. “[Con estos resultados] Nuestro horizonte de gran salto industrial, de Estado social protector y de despliegue de la descolonizació n y la autonomía, será sí más rápido, más contundente y más  decidido”, explicó el vicepresidente Alvaro García Linera en diálogo con Le Monde Diplomatique- Bolivia, dejando en claro los alcances y límites de una posible “radicalizació n” postel ectoral.
 
Definió el programa en términos postneoliberales: “En una sociedad donde el empresariado es muy débil, alguien tiene que asumir la construcción de la modernidad, de integración y de bienestar. Los neoliberales creyeron que lo iba a hacer la inversión extranjera. Hoy tenemos un Estado productivo en petróleo, finanzas, energía, minería, agroindustria, que regula y equilibra. En Bolivia hubo una revolución más ruidosa en lo político pero más rápida, más contundente y menos ruidosa en lo económico”.
 
No obstante, una parte de la izquierda se aferra a algunas frases del Presidente, sobre el socialismo (como hacía la izquierda peronista cuando Perón hablaba de socialismo nacional) en lugar de intentar un análisis serio de los  sujetos y las fuerzas sociales en pugna, ignorando que por abajo el debate sobre el socialismo es inexistente, que el MAS es tanto una fuerza de movilización popular como una “agencia de empleos” y que, por arri ba, no hay ninguna política pública en esa dirección, a menos que llamemos socialismo a medidas indudablemente progresivas, frente al desmonte de los Estados en los 90, pero que no pasan de ser tibiamente keynesianas/ socialdemó cratas. La propia izquierda boliviana se subsumió voluntariamente en el “nacionalismo étnico”, como tabla de salvación ante la derrota de los 80 (crisis minera, derrumbe del socialismo real, hegemonía neoliberal) o sobrevivió como partidos testimoniales con discursos tanto más panfletarios cuanto menos incidencia tienen en el debate público.
 
En todo caso, como señala Emir Sader, la profundidad de los programas postneoliberales de los gobiernos progresistas –y la calidad de sus resultados–  habilitarán o no –en la práctica– las condiciones para pensar en una perspectiva postcapitalista, que sin duda está lejos de ser la “próxima estación” (2).

Desafíos

Avanzar en la desmercantilizació n y la calidad de la salud y la educación, reducir los niveles de pobreza (inclusive la extrema) que interpelan al actual proceso de cambio y poner en pie un Estado que funcione, son objetivos bien precisos contra los que conspira la sobreactuació n ideológica y un maximalismo que a menudo se queda en los discursos. En este marco, los intentos por separar al “evismo” socialista, del “alvarismo” capitalista- andino –que emergen en algunos análisis– no dan ninguna pista analítica seria, sino que, por en contrario, impiden una comprensión de conjunto de las actuales tendencias del proceso de cambio: más allá de las biografías, sensibilidades político/ideoló gicas, y apuestas personales –insistimos–  es el nacionalismo- popular o el postneoliberalismo la ideología que los unifica a todos, hablen de socialismo, de capitalismo andino o de comunitarismo urbano. Como señala Fernando Molina, es el nacionalismo la única ideolología que puede ordenar el caos de men talidades e intereses que tiñe a la sociedad boliviana. Y, además, el nacionalismo popular remite a un horizonte más certero –y por eso mismo más apoyado por la población– que las etéreas propuestas de socialismo actual: movilidad social popular, mayor peso productivo y distributivo del Estado, etc.
 
¿Cómo se organizaría hoy una agricultura “socialista”?, ¿qué tipo de sistema político se asumiría?, ¿con qué modelo de empresas estatales y esquema industrial sería compatible?, ¿cómo se gestionarían los recursos naturales renovables y no renovables?, ¿cómo se evitarían los problemas de la economía de comando que acabó con la producción, con los incentivos y con el sistema mismo? El socialismo parece quedar hoy demasiado grande frente al déficit ideológico y estratégico de las izquierdas latinoamericanas (3), incluyendo las que están en el gobierno. Y avanzar con los pies en la tierra, sin abandonar los sueños, quizás sea una buena rec eta para no retroceder, lo que perfectamente posible.
La reducción de la pobreza, la salud gratuita para todos y una educación fiscal de calidad en el campo y la ciudad y un modelo de desarrollo adecuado a las condiciones bolivianas son desafíos precisos en los que se jugará el éxito o el fracaso del proceso de cambio: hoy más de 30% de los bolivianos siguen viviendo en la extrema pobreza. Ni las políticas sociales ni el “derrame” del crecimiento han sido suficientes para lograr eliminarla. Y salir del neoliberalismo está más lejos de los que a veces pensamos. En los Estados, pero también en las mentes de las personas.


1 “¿Por qué ganó  Evo?”, Rebelión, 8-12-2009, https://www.rebelion .org/noticia. php?id=96632
2 La Época, La Paz, 7-12-2009.
3 Ver Emir Sader, El nuevo topo. Los caminos de la izquierda latinoamericana, Siglo XXI-Clacso, Buenos Aires, 2009.
 

*Director de Le Monde Diplomatique, edición boliviana.